La declaración universal de los derechos
humanos, en su artículo tercero, proclama que todo individuo tiene derecho a la
vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. Partimos de la base de que
todos los seres humanos nacemos libres y no es admitido excluir a nadie.
El derecho de todo individuo a la vida va
seguido de la proclamación del derecho a la libertad y a la seguridad, puesto
que son complementarios. Uno tiene derecho a la seguridad que le permita
moverse y actuar con libertad sin que su vida peligre por ello. Una vida auténticamente
humana no puede verse privada de libertad. Esa libertad es la que dota a la
vida de una dignidad especial. La dignidad que obliga a considerar a cada
individuo como un fin en sí mismo, y no solo como un objeto susceptible de manipulación
por otros.
De esto se deduce que no basta con ser libre.
Es preciso ser igual a aquellos seres que viven dignamente. Lo que esto
significa lo sabemos, aunque nos sea difícil definirlo. Eso es lo que aspira la
justicia: a que la dignidad sea un bien para todos. Y a lo que aspira toda vida
humana es a ser FELIZ. Para que todos los individuos puedan orientar sus vidas
hacia ese fin que es la felicidad conviene que haya justicia, que estén mínimamente
garantizadas la libertad y la igualdad de todos.
Cuando a un individuo no puede siquiera
satisfacer sus necesidades básicas, carece de la condición fundamental e imprescindible
para la felicidad. La vida no es puramente vegetal o animal tiene otras
exigencias, y son esas exigencia las contenidas en el derecho a la vida.
Cuando hablamos de calidad de vida es porque
aun tenemos la suficiente lucidez para darnos cuenta de que el desarrollo económico
y tecnológico no implica siempre un desarrollo humano. Nuestro entorno se ve deteriorado,
los bosques desaparecen, el agua no es pura, el aire es irrespirable, la vida
urbana es caótica y ruidosa, el campo ya no es símbolo de riqueza.
¡Queremos calidad porque nos hacen falta
demasiadas cosas, exigimos que sean buenas, que no nos den “gato por liebre” ni
nos engañen! Exigimos calidad en los productos y en los servicios públicos y privados.
Pero… ¿a costa de qué? Incluso las vidas más
primitivas pueden parecernos ya de mayor calidad que la nuestra por lo que
tienen de genuino y de poco complicado. Nos damos cuenta de que el desarrollo
es también despilfarro y retroceso en lugar de PROGRESO. Por eso se apoya la
idea de una vida de calidad que sirva de freno a lo que, en realidad nos perjudica…
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